¿Alguna vez se han detenido a estudiar la posibilidad de cómo el país más opulento y con mayor biodiversidad de Latinoamérica llegó a convertirse en la más miserable, ordinaria y mediocre de todo el hemisferio? No es por culpa de algún factor externo o de un tercero, acusar a los imperios, a la suerte o al destino no es para nada realista, a quien verdaderamente deberíamos recriminar es a la ciudadanía que constituye esta nación, por lo general tan subnormales y engreídos, la culpa no es de la vaca sino de las actitudes de las personas que hacen vida dentro de este territorio, lo que la gente comúnmente llama destino es, por regla universal, solamente es su propia conducta estúpida y tonta.
Es un hecho real que no trasciende solo de los políticos gobernantes y de sus “rivales”, todos infectados con el virus socialista desde la simiente; la sociedad civil, si se les puede llamar así, es la gran ramera de sus verdugos izquierdistas, ciegamente creen en todas sus mentiras solo para recibir de ellos ron, sodomía y látigo. Bien lo dijo Huey Long, cuando el fascismo llegue será llamado anti-fascismo, vaya manera tan silvestre de llegar a Venezuela, definitivamente los comunistas son unos perros, y este pueblo repugnante es inculto hasta el punto de asquear.
Venezuela vive un profundo trastorno social, tiranizados por el síndrome de Estocolmo, pero en esta parte de la historia no se sabe quien ha secuestrado a quien, es como la reproducción al calco de Rebelión En La Granja:
Los animales asombrados, posaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quien era uno y quien era otro.
¿Crees que exagero? ¿Sabes lo que es subsistir y ser esclavo de una nacionalidad como la venezolana? Permíteme explicarte.
Vivir en un país como este, es como si te sentaras a la mesa con tus niños para merendar, sacaras un jarro atiborrado de mierda, untaras una cantidad generosa con un cuchillo sobre una rebanada tiesa de pan dulce, y lo compartieras con tus hijos, es como si estuvieras comiendo Nutella, es lo que te dijeron que era cuando te lo entregaron en las manos, pero todos saben que es el excremento mas fétido y pastoso, y estas seguro de ello porque huele y sabe como tal, pero de todas maneras debes terminar de engullirlo junto a tus queridos retoños, porque es lo único que tienes para comer.
Para colmo, todos los indecentes que te trajeron hasta acá jamás trataran de ayudarte, mas bien intentaran convencerte de que las penurias que vives ahora son mucho mejor que la existencia holgada a la que estabas acostumbrado a gozar con magnificencia; al fin y al cabo, y siguiendo con la misma lógica, una dulce y esponjosa pieza de pan cubierta de chocolate con avellanas, es uno de los placeres extremos que puede acariciar tus labios y tu paladar, una experiencia que sobrepasa las dimensiones de lo corriente, pero en tu profunda miseria impuesta, lo único de lo que puedes disponer es de un pan embarrado con mierda, por consiguiente, un pedazo de fermento seco y excretado es el mejor mangar que puedes poseer.
¿Te indigna tener que asimilar esta idea? Déjame decirte que así no termina todo, nunca es suficiente cuando de humillación se trata, no conforme con la distribución igualitaria de la miseria, debes agradecerles, porque tu ruina es culpa de todos menos de ellos, ya que “siempre procuran protegerte y darte lo mejor”; lo sorprendente es que exista gente que aun se atreva a agradecerles.
En esta comarca maldita por el comunismo se ha normalizado la desgracia y el infortunio, el hombre nuevo del Socialismo del Siglo XXI es quien tiene la infinita autoridad para hurtar, matar y destruir, una licencia que solo una bestia puede otorgar, cuyo nombre tiene un rancio titulo de especie humana.
Karl Marx, el “seductor del mundo entero” que fue arrojado en la Sodoma del Sur de América, es un cerdo alborotador que fue desechado con fuerza como un rayo, con el único propósito de engañar a los habitantes con la ciencia filosófica del odio y la envidia. Asimismo, mediante la especulación irracional del rencor, se persuadió a toda la población, grandes y pequeños, ricos y pobres, libres y esclavos, civiles y funcionarios, para aniquilar las facultades que fortalecían nuestro sentimiento de dignidad personal.
Por consiguiente, a través de ella todo se fue despeñando, se vino abajo la vialidad, la industria petrolera, la economía, las grandes reservas en las arcas del Estado, los ahorros familiares que durante décadas iban reuniendo, la educación, las universidades, la moral del venezolano de a pie… cada una de las cosas que respetábamos fue destruido. Comenzamos a ser asesinados sistemáticamente por la escasez de comida, por la escasez de medicinas, por el servicio hospitalario ineficiente, por el rebosante crecimiento de la delincuencia, por la criminalización de la protesta, por las ejecuciones extrajudiciales, lograron el objetivo de acorralarnos con la indefensión aprendida.
El mundo libre ha muerto en el corazón de esta decadente sociedad, no existe el humanismo, solamente pesimismo hay para dar; para nosotros que ya no la tenemos, la libertad es todo, para usted que sí sabe lo que es, es meramente una ilusión, pero si la libertad es sólo una ilusión, entonces no existe diferencia entre ser y creerse libre.
La vida en esta inmundicia llamada República es un constante proceso de agonía, todo es tan decepcionante, la posibilidad de algún sentimiento empático por la más bananera de las civilizaciones se ha esfumado por completo, el patriotismo es la pasión de los mediocres y la más mediocre de las pasiones. Intentar hacer vida en estas tierras de nadie es como vagar durante días en el desierto de la desesperanza, como si fueras una puta en un mundo sin aceras.
Es fácil perder la fe, el optimismo y las ganas de seguir, pero aunque parezca increíble, la taza de suicidios aun se mantiene baja, tal vez sea porque somos un simple accidente; ¿por qué deberíamos tomarnos todo tan en serio? No obstante, no puedo reconciliarme conmigo mismo, por no haber logrado huir completamente de este inframundo demoníaco. Ni siquiera con Dios, con él no puedo reconciliarme de ninguna manera.
No es de extrañarse que cualquiera pueda agobiarse de esta manera, estamos todos en el fondo de un infierno donde cada instante es un milagro. Con el pasar del tiempo, las etapas de nuestra gran depresión nos terminarán otorgando la agridulce aceptación, es una taciturna realidad que todos terminaremos reconociendo a regañadientes; cuando algo es verdad, tarde o temprano se deberá aceptar, y la verdad plasmada en estas líneas pasará por tres niveles.
Primero, será ridiculizada. En segundo lugar, será violentamente rechazada. En tercer lugar, será aceptada como evidente por sí misma. A partir de este punto, te darás cuenta que entre el camino del placer y el camino del dolor, no hay mucha diferencia, en estas tierras cualquier cosa que hagas solo concebirá decepciones, y aun en el más glorioso éxito, solo sangre sentirás en tu boca.
El placer nunca será tan agradable como esperabas que fuera y el dolor es siempre más doloroso de lo que parece. El dolor en Venezuela siempre tiene mayor peso que el placer. Si no lo crees, compara los respectivos sentimientos de dos animales recluidos en cualquiera de nuestros zoológicos, uno de los cuales está comiéndose al otro, pero a la final ambos se morirán por desnutrición.
Hay quien a este horror le llama “Proceso”, pero la “Venezuela Potencia” no es mas que la pesadilla de un demente, que al parecer mantiene a miles de ciudadanos aletargados, ya que muy pocos son los que han logrado despertar de esta utopía irrealizable, y muchos se mantienen idiotizados desde hace años; aquellos que lograron superar la Matrix e intentan revolucionar nuestras conciencias, son irremediablemente asesinados y poca es la gente que los toma en serio. Muchos sufren de esta enfermedad mental fantaseando con este paraíso esquizoide para jamás alcanzarla, pareciera que en este gran dormitorio, la pesadilla es la única forma de lucidez.
Además, existe una realidad palpable e irrefutable, el único territorio donde podemos encontrar a un pueblo o tribu en la que su nacimiento genere lastima y desconsuelo, es precisamente Venezuela, el único sendero doloroso gobernado por un Estado de regresión. Aunque para ser sincero, esta nación no puede considerarse una enfermedad, sino un terrible desastre, es un milagro estúpido que hayamos logrado vivir tanto tiempo en ella. Si Dios permitió la existencia de esta gran desgracia, yo no querría ser ese Dios.
Sin embargo, a pesar de toda esta maldita devastación, lo único verdadero y lleno de vitalismo que existe en esta cuna de inmundicia, son aquellos que salen a las calles para exigir lo que por legítimo derecho les pertenece, sin importar que puedan perder la vida de forma trágica en el intento. Tal vez, ellos entendieron la cita de aquel famoso cantante: “Es mejor quemarse que apagarse lentamente”.
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