Todos tenemos un pasado oscuro. El mío lo fue. No por identificarme en algún momento con la subcultura punk, no (de hecho, mantengo mi afinidad con ella en muchos aspectos. Ya saben, una vez “punk” siempre “punk”, pero, ya no siento esa necesidad imperante de identificarme con esa ni ninguna otra etiqueta) sino porque, durante un período (que por suerte no fue muy largo) compartí ciertas convicciones e ideologías, un tanto retrógradas (por falta de un mejor término) de las que no me siento muy orgulloso que se diga. Sin embargo, he decidido, aprovechando la coyuntura actual, decirlo, admitirlo públicamente, reconocerlo como error, y que quizás sirva un poco como reflexión. Al menos para mi servirá de confesión, y sí, amigos míos, las confesiones son liberadoras.
Me reservaré, para resguardar la identidad de algunas personas, e incluso, para velar tanto por su seguridad como por la mía (nunca se sabe quien llegue a leer estas cosas, guiño) algunos detalles que no son realmente relevantes para los efectos de este artículo. Tampoco prometo una crónica siguiendo una estricta cronología de hechos y eventos, ni mucho menos. Trataré simplemente de hilar algunas ideas, y de sopesar perspectivas (percepciones y apreciaciones de la realidad) del pasado con las actuales, mejor dicho, con las más recientes.
Nunca antes me había causado interés el ámbito de la política, sencillamente me daba igual. Lo que ocurriera o dejara de ocurrir en mi país o en alguna otra parte del mundo, me traía sin cuidado, o como dicen vulgarmente los españoles, me sudaba la polla. Sin duda me afectaba… buscaba afectarme… claro está, tanto como al resto, pero desde el nihilismo o el meimportauncarajismo que profesaba (y que aún profeso, aclaro, lo considero una forma de autodefensa) no dejaba que me afectara. Venezuela no había atravesado todavía por la profunda e integral crisis de años recientes, aunque ya empezaba a mostrar ligeros síntomas de una enfermedad que se haría virulenta, y que similar a un cáncer, nos carcomería como sociedad hasta el tuétano.
Mi historia inicia en los primeros días del mes de mayo del año 2007, cuando comenzó a gestarse dentro de mí ese germen por las causas libertarias, que se acrecentaría, a medida que era testigo, y también víctima, de las incontables injusticias sociales y la degradación y descomposición de la sociedad como un conjunto orgánico y pestilente. Para aquella época era estudiante de comunicación social, cursaba apenas el primer semestre de la carrera, solo unos pocos meses antes, en diciembre de 2006 para ser mas preciso, mediante un discurso presidencial se informó que no se renovaría la concesión de RCTV, el canal de televisión más antiguo de Venezuela, con fecha de vencimiento el 27 de mayo de 2007, por lo que la señal debía levantar su programación ese día a la media noche, trayendo como consecuencia el cierre permanente de su señal y el desempleo de cientos de trabajadores, y claro está, quedaría registrado para la historia contemporánea de Venezuela como otro golpe mas contra la prensa libre, la libertad de pensamiento y de expresión.
Las protestas en contra del cierre de RCTV tuvieron lugar en cada rincón de Venezuela, mi casa de estudios, principalmente la escuela de comunicación social, no vaciló en mostrar apoyo a las diferentes manifestaciones que se alzaban a diario. Durante esos días, un grupo de estudiantes decidió instalarse una mañana frente a la institución educativa con carteles y consignas, para expresar su disconformidad ante la arbitrariedad gubernamental contra el medio de comunicación, los funcionarios anti-disturbios no tardaron en presentarse en el lugar, y sin pasar mucho tiempo emprendieron una fuerte represión que se extendió durante varias horas.
Perdigones, gases y agua disparada con fuerte presión desde vehículos anti-motines fueron utilizados para atacar una protesta pacifica, los estudiantes que aun estábamos en clases experimentamos una fuerte asfixia a causa de los efectos de la lacrimógena que eran disparados hacia el interior del recinto universitario, si optabas por alejarte del caos se te hacia imposible, ya que estabas rodeado por los agentes policiales. Ante tal desconcierto se te presentaba solo dos opciones, o te quedabas encerrado ahogándote con los gases al punto de la asfixia, o te decidías para salir a la calle y unirte a la protesta ciudadana; personalmente me negué a soportar la asfixia. Esta situación fue el punto de quiebre que me obligo a interesarme por el mundo de la política.
Asimismo, mientras avanzaba el tiempo, una enorme lista de injusticias fueron sumándose al sinfín de iniquidades perpetrados por los innombrables promotores del socialismo, decenas de otros medios de comunicación libres e independientes, tanto impresos como radiofónicos, iban siendo cerrados bajo circunstancias parecidas. Ademas, una reforma constitucional que había sido abiertamente rechazada por el pueblo mediante votación popular, ahora poco a poco iba siendo aprobada a través de una Ley Habilitante, que facultaba al que fungía como Presidente de la República a dictar decretos con fuerza de ley sobre determinadas materias, pasando por encima de la voluntad de millones de ciudadanos. Así como estos casos que podrían ser puntuales, incontables sucesos dudosos ante la ley eran cometidos de manera impune.
A mediados de 2012, junto a un grupo bastante reducido de activistas comencé a gritar consignas, a alzar pancartas, y a distribuir panfletos y volantes (que nosotros mismos elaborábamos) en algunas calles y esquinas de mi ciudad. La reacción de la gente, entre conductores y transeúntes, que, para entonces, aún disfrutaban de algunas comodidades (con un salario mínimo que rondaba los $400 y cosas que se daban por sentado, devenidas luego a privilegios) como acceso a servicios públicos como agua, gas, electricidad, a artículos de primera necesidad y víveres de la cesta básica en los anaqueles, gasolina, etc., etc., era por lo mínimo, desinteresada. Supongo que para algunos éramos fanáticos y orates como los sujetos religiosos que aparecen en esas películas apocalípticas, antes de que ocurra el gran desastre, sosteniendo letreros que rezan: “El Final Está Aquí”. Existía un descontento, pero no generalizado, o al menos no bien redireccionado.
Desde mis propias trincheras, utilizando ya un término belicista, realizaba mis trabajos de activismo, sobre todo a través de montajes audiovisuales (recurriendo a la sátira, y aprovechando las contradicciones propias de los populistas) que distribuía en redes sociales de manera anónima. Era mi forma de protesta, mi forma de crear consciencia con respecto a lo que ideológicamente había identificado (como si de una epifanía se tratase) no solo como mi enemigo, sino como enemigo de la humanidad: El Socialismo Marxista. En nuestro caso muy concreto y peculiar: El denominado Socialismo del Siglo XXI. Por cierto, término que dejó de emplearse, pero eso no nos incumbe ahora.
La conchupancia bipartidista, representada por el populismo mediocre y socialista del MUD/PSUV, sometía a la población a nuevos períodos de campañas electorales y de elecciones amañadas, que los mantenía en un bucle interminable tan dañino que nos iba hundiendo cada vez más en una profunda miseria cada vez más intolerable. Lamentablemente nos habían convertido en una enorme y maldita granja marxista, asombrados comenzamos a notar como la dirigencia política mutaba de humanos a cerdos, y del cerdo al humano, y nuevamente del humano al cerdo, hasta el punto de llegar a ser imposible distinguir quien era quien, porque ya eran (y siguen siendo) la misma cosa detestable. En un intento por levantar nuestras frentes, observamos y analizamos las diversas opciones para emanciparnos de esta tragedia.
Por aquel entonces, de manera parecida a como se organizaban los ciudadanos durante las manifestaciones de la llamada primavera árabe, es decir, desde las plataformas digitales; comenzó a gestarse en la red social del pajarito, un movimiento, cuyas acciones (comenzando desde muy pequeñas reuniones callejeras, similares a las reuniones en las que yo participaba al principio), como efecto dominó, terminarían por producir olas de concentraciones y protestas pacíficas con un número considerable de personas en las principales ciudades del país. Se trataba de los auto-convocados, de entre los cuales también saldría una legión de ciber-activistas apodados “guerreros del teclado”.
Allí, lleno de satisfacción, viendo como la apatía no era ya una característica generalizada, y que por el contrario, olía a determinación en el ambiente (el descontento era finalmente direccionado y apuntaba hacia un fin común: la caída de la hegemonía roja), encontraría mi nicho ideológico, y ese espíritu guerrero que se alebrestaba inquieto dentro de mi pecho, me daba a entender que no reposaría hasta no hallarnos librados del yugo opresor, así eso significara dejar el pellejo en el pavimento.
Lucrándose del gran descontento ciudadano y viendo como el movimiento efervescente de los “auto-convocados” organizado en las redes sociales iba tomando plazas, calles y avenidas (sin estandartes ni tintes políticos), ademas de abrirle las puertas a una nueva plataforma de liderazgos alternativos para la sociedad venezolana, los politiqueros de turno aprovecharon la oportunidad para intentar figurar y pescar en río revuelto para beneficio personal y/o partidista, como traficantes de esperanzas usaron a los ciudadanos para luego traicionarlos inmisericordemente. Para aquellos días, el autócrata de turno ya había fallecido, y por increíble que pueda parecer, fue reemplazado por otro títere del marxismo bananero que es incluso mucho peor que el anterior, el olor putrefacto a guerra civil contaminaba el aire de todo el territorio nacional.
Muchos ciudadanos de diferentes estratos sociales, raza, edades, pensamiento y preferencia sexual que protestaban en diversas calles de Venezuela fueron perseguidos, reprimidos, heridos con gases potentes y perdigones, arrollados con pesados camiones blindados anti-motines, arrastrados por el asfalto a la velocidad de una moto, atacados con armas de fuego, decenas de ciudadanos murieron con dudosa legalidad durante las protestas, y como la guinda en el pastel, la excusa para todo ese caos por parte de los represores es que solo "recibían ordenes", ¿el delito de las victimas de la represión?, exigir justicia y un mejor por venir.
Tras mas de dos décadas de fracasos, ignorancia, resentimiento y distribución igualitaria de la miseria, la crisis galopante se niega a desaparecer de estas tierras de nadie, la ideología y el partidismo se han convertido en una secta que se impone por encima del bienestar social, la plaga egipcia que mantuvo al país a oscuras durante cinco días, insiste en recordarnos que mantiene su vigencia con frecuentes apagones y bajones de energía que se repiten a diario, como si se tratase de los destellos bélicos en la psique de un soldado trastornado. Ademas, el suministro de agua y de gasolina, así como el restos de los servicios básicos sufren del mismo desgobierno trágico; la ruina y la inmoralidad se ha normalizado.
Así son las cosas en el socialismo, mas allá de la teoría y el sueño utópico vuelquen la mirada hacia Venezuela, al otro lado de las puertas hacia este infierno no sirve de nada defender gobiernos o partidos, a menos que defiendas lo peor que ellos han traído. Después de tantos capítulos avanzados de esta miserable historia, es un demás tildar de tiranos y/o dictadores al lumpen gobernante, solo basta con salir a las calles y nombrar a alguno de ellos, para que los mismos ciudadanos sepan explicar quienes son estos sujetos.
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