Resulta vital que la experiencia del Holodomor no caiga en el olvido. La historia de la gran hambruna no solo ilustra la tragedia del pueblo ucraniano, sino que también nos recuerda de nuevo lo que capaz de hacer el ser humano. Sin embargo, el Holodomor tiene algo importante que enseñarnos: El sacrificio de tantas personas no ha sido en vano. Su sacrificio nos recuerda que no debemos aceptar nunca que ningún Estado someta a las personas, sea cual sea su causa o propósito. La nefasta hambruna ha demostrado la superioridad de un Estado constitucional sobre uno en el que no se permite ninguna forma de disidencia. Las tragedias como el Holodomor solo suceden en aquellas sociedades que violan los derechos de los ciudadanos, el Estado de Derecho y los principios democráticos. La Unión Europea resurgió de las cenizas de la guerra y de varios regímenes totalitarios, aquellas dictaduras que marcaron profundamente la historia de Europa y del mundo entero. Pero debido a esas mismas tragedias y catástrofes, florecieron las democracias de Europa y, durante los últimos cincuenta años, se ha construido una época de paz sobre esas ruinas, una paz que tenemos el deber de defender y llevar más allá de las fronteras de la Unión: Cincuenta años de paz que han sido el mayor logro de una Europa unida.
Estas palabras fueron pronunciadas, hace 10 años, por el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, cuando la cámara de la UE aprobaba reconocer el Holodomor (la hambruna artificial de 1932-1933 en Ucrania) como un crimen atroz contra el pueblo ucraniano y contra la humanidad.
La palabra Holodomor significa "matar de hambre". Con esta palabra los ucranianos denominan a la catástrofe nacional que aconteció en tierras ucranianas durante los años 1932 y 1933. Partimos de la idea de que el Holodomor es uno de los acontecimientos más importantes no solo de la historia ucraniana, sino también de la historia universal del siglo XX
Entre 1932 y 1933, el régimen bolchevique decidió debilitar, quebrar, vencer, por medio del hambre, a los campesinos ucranianos y así derrocar el renacimiento nacional que había comenzado en los años 20 después de la Revolución Nacional Ucraniana de los años 1917-1921.
Confiscaron sistemáticamente las cosechas, los granos almacenados, incluso conservas; cerraron carreteras y fronteras y asesinaron o enviaron a realizar trabajos forzados a quienes se opusieron, o intentaron robar granos de los grandes almacenes en los que los soviéticos los escondieron, sin siquiera ellos mismos consumirlos; obligaron a los campesinos a trabajar el campo dentro del sistema comunista, y aun así los mataban de hambre.
La gente llegó a romper límites inimaginables con tal de conseguir algo de alimento; comieron corteza de árboles, maleza, cuero y encontraron alimento en cosas que no podríamos concebir. Madres enterraron a sus hijos, y niños lloraban en las calles al lado de padres que habían sucumbido al hambre a lo largo de caminos en busca de comida.
Pero occidente no se enteró. Algunas noticias se colaron; en la frontera rumana se reportó personas intentando entrar desesperadamente a ese país; en Nueva York un periodista ocultó la noticia; los soviéticos incluso montaron un escenario, dentro de la misma Ucrania, en el que actores fieles al partido interpretaron el papel de ucranianos sanos y gordos en una aldea-escenario con abundancia de alimentos, todo con el fin de engañar una comisión internacional que llegaba a ver si los rumores eran ciertos.
Un horror que la humanidad no debería olvidar jamás, la inmensa crueldad del comunismo, una ideología que ya ha sido por cierto condenada como criminal por el Parlamento Europeo. Las estimaciones de víctimas finales por estas purgas y las colectivizaciones forzosas. Además de las hambrunas, que la mayoría de historiadores serios no ponen en duda su intencionalidad, se sumaron los programas de deportación que también tuvieron como objetivo potenciar la colonización y explotación de los inmensos recursos de esas regiones.
En total, en el contexto de la que fue conocida como campaña de deskulakización (kulaks era el nombre de los campesinos pequeños propietarios ucranianos) fueron deportadas cerca de 2.800.000 personas, 300.000 de las cuales eran ucranianas. Los supervivientes trabajaron en las empresas dedicadas a la explotación de los recursos naturales, forestales, mineros, metalúrgicos, vías de comunicación, etc., siendo tratados como verdaderos esclavos sujetos a todo tipo de privaciones y abusos.
Fuente: Crónica De Canarias
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