Estuve siempre hundido en un vacío interminable, todas las personas que conocí en el transcurso de mi vida jamas han sido lo suficiente como para que sean importantes, desde pequeño siempre fui alguien diferente, mi alma jamas se adaptaba a lo que popularmente era considerado normal, realmente nada me importaba y no le pertenecía a nadie. Sin embargo, luego de una extensa secuencia de infortunios, apareciste, así pude comprender que sin lo amargo lo dulce no es tan dulce, te transfiguraste en uno de mis pocos momentos verdaderamente felices, me hiciste conocer lo que significa realmente la libertad.
A pesar de todo, aun cuando siempre fuiste clara, cometí el error en su momento de confundir las cosas aquel día entre las sombras, deliré con un concepto diferente a lo que verdaderamente debía florecer, y aunque parezca una falacia, hoy en día comprendo cada una de tus palabras y sentimientos. Desde aquel suceso floreció un nuevo ritual, cada noche, aproximadamente por la misma hora, nace una suplica hacia cualquier Dios que pueda escuchar mis ruegos, implorando que en cada oportunidad que me toque subir por aquellas escaleras, nuestras miradas se encuentren, para convertir ese instante en una obra de arte.
Desde siempre he profesado los principios del Carpe Diem, aprovechando cada día sin confiar en el mañana, viviendo justamente en el aquí y el ahora, e insistiendo en el lema: "vive rápido, muere joven, se salvaje y diviértete", y cuando explota una guerra interna conmigo mismo, me dejo llevar. Solo me dejo llevar. Por lo tanto, enfocado en mis principios, puedo asegurar que la promesa jurada frente a ti en múltiples ocasiones la mantengo intacta, y aunque en algún momento parezca que pasa desapercibido, es una expresión de mi voluntad que me impuse cumplir: "Jamás enamorarse, podemos adorarnos, hasta darnos muchísimo cariño, confiar a ciegas entre nosotros, cuidarnos y protegernos, y aún así podemos seguir siendo amigos muy cercanos".
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