¿Qué sucedió para que Gene Simmons asesinara a 16 personas, 14 de su propia familia, en la Navidad de 1987? La respuesta continúa siendo un misterio 33 años después pese a que psicólogos, criminalistas, programas de televisión y libros como Zero at the Bone, de Paul Williams y Bryce Marshall, hayan intentado encontrar una explicación. La masacre conmocionó a Dover, un pequeño pueblo de Arkansas (EE.UU.) cuyos mil vecinos conformaban una auténtica familia. Hay quienes atribuyen los asesinatos a un brote psicótico. Otros sostienen que supuso el desenlace de una investigación que llevaba años persiguiendo a Simmons.
Gene Simmons nació en Chicago en 1940. Perdió a su padre cuando tenía tres años y, poco después, su madre se casó con un ingeniero del ejército. Aquel matrimonio le obligó a mudarse de ciudad en varias ocasiones. El joven no logró echar raíces en ningún sitio. Quienes le conocieron aseguraban que esas experiencias le convirtieron en una persona fría y solitaria. En 1957 dejó los estudios para enrolarse en la Armada. Fue destinado a la base militar de Washington, donde conoció a Rebecca, con quien se casó muy joven. La pareja tuvo siete hijos.
Esa intensa vida familiar no le distrajo de su carrera militar. En los años sesenta se unió a la Fuerza Aérea y fue condecorado por sus méritos como piloto en Vietnam. Se retiró en 1979 como sargento. Una vez que abandonó el ejército, Simmons solo fue capaz de conseguir trabajos precarios y mal remunerados, lo que le llevó a dar tumbos de nuevo. Encontró la estabilidad en Clouderoft, Nuevo México, pero las autoridades locales comenzaron a investigarle en 1981 por un caso de acoso sexual contra su hija Sheila, que dio a luz a una preciosa niña, Sylvia. Sus vecinos le acusaron de incesto y Simmons abandonó la ciudad por temor a ser arrestado.
Una Cruzada:
La familia se mudó primero a Ward y más tarde a Dover, donde acontecieron los horribles crímenes. Aquel 22 de diciembre la residencia de los Simmons amaneció engalanada para las inminentes vacaciones navideñas. Sin embargo, el patriarca decidió que era el momento de acabar con todo. Los expertos señalan que había diseñado la operación minuciosamente. Su esposa Rebecca, de 46 años, y su hijo Gene, de 29, se convirtieron en sus primeras víctimas. A ambos les disparó con un revólver del calibre 22 aquella misma mañana. Luego estranguló a su hija Bárbara, de tres años, y arrojó los cuerpos a una fosa.
Simmons, armado de paciencia y determinación, esperó a que llegaran otros miembros de la familia para acabar con ellos. Les explicó que tenía regalos para todos, pero se excusó en que se los daría por separado. Ilusionados, los pequeños se marcharon a sus habitaciones y esperaron a que su padre les llamara. La primera en ser requerida fue Loretta, de 17 años. Simmons acabó con su vida estrangulándola. El mismo modus operandi que utilizó para matar a otros tres hijos: Eddy, Marianne y Becky, de 14, 11 y 8 años respectivamente. Ocultó sus cuerpos en bidones de agua y continuó con su sangriento plan.
Cuatro días después, el 26 de diciembre, el asesino recibió la visita de su hijo Billy, de 22 años, y la de su esposa Renata, de 21, a los que disparó en la cabeza sin pensárselo. La pareja iba acompañada de su bebé, al que el abuelo estranguló con saña. Poco después llegó a la vivienda Sheila, de 24 años, la hija de la que había abusado. Ella y a su marido, Dennis McNulty, de 33 años, requirieron a Simmons por el paradero del resto de familiares.
En lugar de dar explicaciones, el exsargento emprendió un tiroteo que acabó con ellos. Con sus nietos Sylvia (engendrada seis años antes por incesto) y Michael empleó el estrangulamiento. Había exterminado a toda su familia. Dos días después irrumpió en un bufete de abogados de Russellville, una localidad cercana a Dover, y asesinó a una joven de la que estaba enamorado y que le rechazó.
La cruzada de Simmons no acabó aquí. El antiguo militar se cobró su última víctima, James David Chafiin, en la oficina de una compañía petrolera. Luego se marchó a la sede de una empresa de transportes, se sentó y conversó con absoluta normalidad con la secretaria mientras esperaba a la policía. Cuando llegó, el homicida entregó su arma y se rindió sin oponer resistencia. El hombre advirtió a los agentes de la masacre que había perpetrado, así que estos acudieron a su vivienda.
Paredes Ensangrentadas:
El jardín de la casa parecía desordenado, pero nada hacía presagiar la aterradora imagen que iban a encontrarse en el interior: paredes y alfombras salpicadas de sangre y una fila de cadáveres dispuestos en orden en el salón. Los cuerpos estaban cubiertos con abrigos. Excepto el de Sheila, la hija de la que había abusado, que había sido tapada con un mantel.
El asesino había pasado dos noches conviviendo con los cuerpos, mientras bebía cerveza y veía la televisión. James Bolin, alguacil del condado, comentó a la prensa local que nunca había visto nada parecido. En su opinión, existían serias dificultades para reunir información sobre Simmons, pues pocas personas le conocían realmente:
Llevaba cinco años viviendo en Dover, pero no tenía amigos. Iba a comprar el periódico o cigarrillos, pero nunca decía una palabra.
El parricida tampoco habló nada con los agentes que lo apresaron. Ni durante el tiempo que permaneció detenido antes de ser trasladado al Hospital Estatal de Little Rock, donde fue sometido a una evaluación psiquiátrica que determinó que no padecía problemas mentales, por lo que podía ser juzgado. Simmons fue declarado culpable de 16 asesinatos y condenado a muerte por inyección letal. Rechazó apelar porque “para quienes se oponen a esta pena, cualquier cosa que no sea la muerte sería un castigo cruel e inusual”.
Mientras se encontraba en el corredor, tuvo que ser separado del resto de presos, que lo amenazaban constantemente al entender que su actitud perjudicaba sus propias opciones de apelar. El 31 de mayo de 1990, Bill Clinton, entonces gobernador de Arkansas, firmó la orden de ejecución para el 25 de julio. Se convertía así en el periodo de ejecución más rápido de la historia de Estados Unidos.
Las últimas palabras de Simmons, que rechazó cualquier visita, fueron: “Por fin se hace justicia”. Nadie reclamó su cuerpo, así que fue enterrado en una tumba para indigentes en el Lincoln Memorial Lawn.
Fuente: El País
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