El Suicidio: Argumentos éticos y filosóficos que se esgrimen a su favor - Nekromorty

Reciente

viernes, 1 de enero de 2021

El Suicidio: Argumentos éticos y filosóficos que se esgrimen a su favor


Si un paciente en situación terminal le solicita ayuda para morir, ¿cómo debe responder? Algunos de los máximos representantes de la filosofía estoica como por ejemplo Séneca, Epicteto, Cicerón y Marco Aurelio, sostuvieron que la muerte por propia mano (el suicidio) es a menudo una de las opciones más honorables para una vida de miseria prolongada, siendo uno mismo el que puede juzgar si su vida merece la pena de ser vivida teniendo en cuenta la calidad de vida y la rectitud y no su duración.

Los estoicos aceptaron que el suicidio era permisible para la persona sabia en circunstancias que podrían impedirle vivir una vida virtuosa, ademas podría justificarse si uno es víctima de un dolor o una enfermedad grave.

Platón reflexiona sobre el suicidio en varios de sus textos (Fedon 61b-62c, Leyes IX 854a3–5 y 873c-d, y República Libro III). Este filosofo defiende que el suicidio es reprobable ya que el alma de los humanos pertenece a los dioses, y querer huir de esta dependencia no es propio de una persona sabia y cuerda, pero ¿son los dioses tan psicópatas como para ser espectadores del dolor ajeno a sabiendas que el motivo de tal tormento y desconsuelo jamas van a ser resueltas? ¿Son los dioses verdaderamente sabios y cuerdos? Sin embargo, Platón reconoce cuatro excepciones frente al principio y la decisión personal de quitarse la vida:  
  • Si la mente y el carácter se han corrompido y no pueden ser rescatados, la persona tiene el deber moral de rehusar un tratamiento médico.
  • Cuando el suicidio se realiza por orden judicial, como en el caso de Sócrates.
  • Cuando el suicidio es obligado por una desgracia personal extrema e inevitable.
  • Cuando el suicidio es el resultado de la vergüenza de haber participado en acciones manifiestamente injustas.
Por su parte, Aristóteles argumenta que el suicidio no representa una injusticia hacia uno mismo ya que lo que se hace con uno mismo es consensuado, pero si que resulta injusto hacia la comunidad o el Estado (Etica Nicomáquea, Libro V, xi, 1138a).

Según Arthur Schopenhauer, la libertad moral y el objetivo ético más elevado, deben obtenerse únicamente negando la voluntad de vivir. Lejos de ser una negación, el suicidio es una afirmación enfática de esta voluntad porque esta huida consiste en huir de los placeres, no de los sufrimientos de la vida. Cuando un hombre destruye su existencia como individuo, de ninguna manera está destruyendo su voluntad de vivir. Por el contrario, le gustaría vivir si pudiera hacerlo con satisfacción de sí mismo, si pudiera afirmar su voluntad contra el poder de las circunstancias, pero las circunstancias son demasiado fuertes para él.

En la obra capital de Schopenhauer titulada "El Mundo Como Voluntad y Representación" (Die Welt als Wille und Vorstellung, en el original alemán), este filósofo afirma lo siguiente:
Lejos de ser una negación de la voluntad, el suicidio es un fenómeno de la más fuerte afirmación de la voluntad. Pues la esencia de la negación es que no se detesta el sufrimiento, sino los goces de la vida. El suicida quiere la vida y sólo se halla descontento de las condiciones en las cuales se encuentra. Por eso, al destruir el fenómeno individual, no renuncia en modo alguno a la voluntad de vivir, sino tan sólo a la vida. Él quiere la vida, quiere una existencia y una afirmación sin trabas del cuerpo, pero el entrelazamiento de las circunstancias no se lo permite y ello le origina un enorme sufrimiento.
La vida de una persona le pertenece solo a sí misma y ninguna otra persona tiene derecho a forzar sus propios ideales de que la vida debe ser vivida. Más bien solo el individuo involucrado puede tomar tal decisión y cualquier decisión que tome debe ser respetada.

El filósofo y psiquiatra Thomas Szasz va más allá, argumentando que el suicidio es el derecho más básico de todos. Si la libertad es propiedad de uno mismo, lo es sobre la vida y el cuerpo de uno mismo. Entonces el derecho a terminar esa vida es el más básico de todos. Si otros te pueden obligar a vivir, no eres dueño de ti mismo y perteneces a ellos.

Jean Améry, en su libro "Sobre el suicidio: un discurso sobre la muerte voluntaria" (publicado originalmente en alemán en 1976) proporciona una visión conmovedora de la mente suicida. Argumenta enérgica y casi románticamente que el suicidio representa la máxima libertad de la humanidad, justificando el acto con frases como "solo llegamos a nosotros mismos en una muerte libremente elegida" y "lamentamos ridículamente la vida cotidiana y su alienación". Améry se suicidó en 1978.

Algunas corrientes de la filosofía anti-natalista tienden a la justificación moral del suicidio, pues los seres humanos no están obligados a existir y seguir existiendo.​ El mismo Schopenhauer recomendó el ascetismo y la abstinencia sexual, a fin de evitar la reproducción de lo único y la multiplicación permanente de la voluntad, en la que el suicidio es una opción.

La anti-natalista Sarah Perry sostiene que "es la persona suicida la que debe justificar su negativa a vivir, en lugar de exigir a la comunidad que justifique la acción de obligarlo a vivir".

El derecho a la vida no es un derecho sagrado, ni absoluto, ni un deber. Es mediante este principio por la que me sumo a las razones expuestas por quienes sostienen que el primer y más valioso de nuestros derechos, de los que somos titulares todos los seres humanos, es el de autonomía, el de libertad y que ese es a su vez el verdadero fundamento de lo que, de forma retórica, denominamos dignidad.

Más allá de que podamos o no justificar racionalmente la existencia de un daño a los otros (en el hecho de disponer de nuestra propia vida), no me parece que se pueda justificar racionalmente que ese teórico daño sea mayor que el de impedir la libertad, que es el derecho más valioso. La libertad es el bien más valioso y por eso, el derecho a la vida tampoco es un deber ni una obligación. No hay una obligación de vivir, en el sentido de un deber exigible por un tercero y cuya infracción comporta sanción.

Frente a toda esta teoría, existe el derecho a exigir la eutanasia y el suicidio asistido, que nace de la necesidad de garantizar la libertad del sujeto para decidir sobre su propia muerte, un derecho que comporta el de tener los medios para decidir y hacer posible esa elección. Más aún, se trata de un derecho a la eutanasia y al suicidio asistido en el sentido estricto del término, porque aparece como corolario de esa expresión de la dignidad que es la libertad, la autonomía. Si tengo dignidad es precisamente porque tengo libertad y autonomía. Es consecuente con esa dignidad el disponer de una muerte digna. Y no hay muerte más digna que aquella que es libremente elegida, con las garantías necesarias, claro, para que sea un acto libre, no un engaño.

De esta manera, me parece una reforma obligatoria el hecho de despenalizar la conducta de terceros que colaboran o auxilian a quienes manifiestan libre y expresamente que desean la muerte –mediante la eutanasia o el suicidio asistido–, con todas las garantías para que podamos constatar que se trata, efectivamente, de un acto libre del sujeto, que decide optar por esa muerte decente, digna, una buena muerte. Eso supone, reconocer el derecho a la eutanasia y al suicidio asistido.

Pero estoy convencido de que, comoquiera que se imponga una reforma constitucional por muchas otras razones, debería aprovecharse la oportunidad para el objetivo más garantista, el de aprovechar expresamente semejante ocasión para establecer el reconocimiento del derecho a la eutanasia y al suicidio asistido como un derecho constitucional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario