¿A dónde vamos y de dónde vinimos? Es la pregunta clásica que todo texto histórico busca responder. En ella se encuentra la base de toda civilización y cultura ¿por qué debemos comportarnos de tal o cual manera? ¿Por qué un conocimiento es considerado valioso y otro frívolo?
En el fondo, la respuesta a esa pregunta revela el espejo bajo el cual miramos al ser humano. Por lo mismo, a lo largo de todas las épocas, distintas culturas han dado explicación al origen de la vida, el universo y el hombre a través de sus propios medios.
La Teogonía de Hesíodo, el Poema de la Creación babilónico (Emuná Elis) y algunos fragmentos de los Vedas hindúes son historias que nos narran el origen del mundo, de los dioses y del hombre. Cada uno bajo su propia perspectiva de lo que el orden moral representa, la fuente de la espiritualidad y la relación del ser humano con su entorno.
En el caso judío, la Torá entera narra la historia del hombre con respecto a su relación con D-os. Sin embargo, es en los primeros capítulos del Génesis que se nos narra la creación del Primer Hombre (Adán, Adam en hebreo) y las primeras interacciones que tiene éste con D-os y el mundo que lo rodea.
A través de ello aprendemos cómo la Torá ve el desarrollo histórico de la humanidad y la labor tan importante que le da al hombre en el mundo creado; a diferencia de las otras culturas éste no se rige bajo leyes de la naturaleza sino “domina sobre ellas” junto con D-os.
En la Torá se nos muestra tres etapas por las que atraviesa el Primer Hombre que reflejan los estados que el ser humano transitará en el tiempo. En tan sólo dos capítulos vemos al ser humano “hombre y mujer” ser creado “a imagen de D-os”, lo vemos (dividido en dos géneros) tomar del fruto prohibido y caer de la gracia de D-os a un estado en el cual ya no reina sobre la naturaleza; así es que vemos la cara actual del hombre que deambula hacia el regreso de su estado primigenio. En esas breves líneas vemos tres caras distintas del hombre y su relación con D-os, que es sumamente interesante explorar.
Adam Universal. El hombre como fue concebido por D-os:
Las primeras imágenes que aparecen en la Torá nos muestran a D-os como Creador. Vemos como de una masa oscura, abandonada e uniforme D-os separa la luz de la oscuridad; hace que surjan los astros, la tierra, el mar, los animales, el hombre y básicamente todo lo que existe. Lo hace en un orden perfecto tan bien medido que puede ser narrado temporalmente y dividido en días.
Las frases que se repiten continuamente con la narración “que haya” (יְהִ֣י) y “hubo” (וַֽיְהִי) muestran que la Creación no fue un acto azaroso, sino la expresión de una voluntad. Puesto que para la Torá y el judaísmo la vida misma es la manifestación de la voluntad divina. Mientras que la frase “y vio D-os que era bueno” (כִּי־ט֑וֹב) nos muestran a D-os no sólo como Creador de la vida y el Universo, también como Aquel que mantiene esa existencia; es decir las cosas que existen lo hacen porque D-os las mantiene en existencia, en el momento en que dejen de corresponder a la voluntad divina, dejarán de existir.
Esas primeras imágenes indican que el Universo fue creado con un orden armonioso y la existencia depende de esa armonía.
En esa narración vemos la primera creación del hombre Adán (Adam en hebreo). El pasaje dice “hombre y mujer los creó” porque el Adam que se dibuja en este momento no se refiere únicamente a la creación del hombre como género masculino sino al ser humano hombre y mujer, habla de aquello que esencialmente nos hace a todos humanos. El pasaje incluso va aún más allá, habla del ser humano en toda perfección, cuando se encuentra en máxima relación con D-os y eleva el mundo que lo rodea.
El pasaje se refiere a esta criatura primero en singular y luego en plural, precisamente porque sólo a través de la unión de ambos sexos es que el ser humano puede alcanzar esa perfección, sólo a través del respeto mutuo, de la unión y el trabajo conjunto. La plenitud bajo esta luz sólo se vive cuando ambos sexos participan de ella.
Vemos además que Adam (ese ser humano universal) a diferencia de todos los animales fue hecho a “imagen de D-os” y que D-os le pide “dominar la tierra y mandar sobre los peces del mar, las aves del cielo y toda criatura que se arrastra sobre la tierra” eso implica que las otras formas de vida están supeditas al hombre; pues al ser “imagen de D-os” es el único ser libre.
Los animales y la tierra están sujetos al orden natural porque D-os no los creó libres, sin embargo, el hombre al ser imagen divina tiene la opción de escoger, la opción de mantener ese orden y a través de él dominar al igual D-os a las otras criaturas o romperlo y sujetarse a otras fuerzas.
Su nombre Adam muestra esa dicotomía innata en el hombre, en este caso proviene de (הֲדֹם) basamento o taburete, porque es a través de Adam que D-os puede reposar en el mundo material. El hombre es el basamento sobre el cual la Presencia Divina se para. Es el “sustituto” a D-os, mientras tenga en mente este objetivo tan noble entonces gobernará sobre la tierra, será la criatura más amada por D-os.
Sin embargo, Adam también proviene de (אדמה) pues su cuerpo provino de la tierra y, como se ve más adelante en la Torá, si decide ceder completamente ante él regresa a ella. Con ello vemos la segunda cara que el Génesis nos da del hombre, como un ser atado a las leyes naturales.
Adam como ser proveniente de la Tierra. El hombre que cede a sus instintos:
Una vez que acaba la primera narración del Genesis, empieza una segunda narración que también nos muestra la creación de Adam, sin embargo, ésta lo hace desde un ángulo muy distinta. Si en la primera narración se nos muestra a Adam en sintonía absoluta con el orden creado por D-os aquí se nos muestra como disruptor del mismo.
Primero vemos al hombre en el jardín del Edén, donde disfruta de las criaturas que D-os a creado, y de la intimidad con D-os. Este lugar y este estado muestra el orden perfecto de las cosas y la máxima plenitud a la que el mundo puede llegar. La “Shejiná” la Presencia Divina provine de la palabra “Shejen” (vecino), en el Edén el hombre disfrutaba de esa Presencia, es decir, era “vecino” de D-os; tenía intimidad con D-os. Este jardín no es retratado como un mundo ídilico irreal con el cual uno sueña pero sabe que no existe. Por el contrario, en la Torá este lugar tiene existencia física, fue hecho para que el hombre more en él y representa la esencia del mundo.
Toda la Creación fue hecha para que el hombre pudiera gozar de la intimidad con D-os que se gozaba en el Edén. Ese primer fragmento de la narración nos muestra la realidad como fue creada por D-os, el estado de mayor perfección; es a la vez la forma en la que el mundo fue creado y el lugar hacia donde se dirige.
En este mundo perfecto D-os ordena al hombre “atender el jardín” y éste último obedece. Pues la sintonía de la materia depende precisamente que el hombre reconozca la ley de D-os y decida obedecerla, sólo a través de ella es que la intimidad puede establecerse
El balance se rompe cuando el hombre come del fruto del bien y el mal pues el principio básico de la comunicación termina: ya no busca ver el bien como es marcado por D-os, sino busca encontrar su propia percepción de la bondad.
En cierta forma existe una negación de D-os. Cuando esto sucede el hombre siente la ausencia de la Presencia Divina, pues al comer del fruto ha perdido toda intimidad con la divinidad. En ese momento es que percibe su propia desnudez y siente vergüenza, pues entiende que se dejo dominar por sus deseos carnales (la fruta se describe como apetitosa a los ojos y el deseo, aunque tenga una raíz intelectual, se asocia con el cuerpo).
La vergüenza nace de dos fuentes: El contraste entre el Adam que rechaza a D-os y come de la fruta y el Adam perfecto que se encuentra en sinfonía absoluta con el mundo, y también siente vergüenza hacia su propio cuerpo por haber permitido que esa parte de sí mismo dominará sobre las demás.
Al inicio de la narración se nos dice que el hombre fue creado del polvo de la tierra, sin embargo, es sólo el cuerpo del hombre el que fue creado de esta forma; pues recibió “el aliento de D-os” y eso fue lo que le dio vida; y es lo que le permite sobreponerse al cuerpo y aspirar a crear intimidad con D-os.
Esa dicotomía entre la parte terrena y la parte divina es la pugna interna que le permite al hombre tener libre albedrío, escoger a D-os por voluntad y no por instinto o reacción como los animales que sólo provienen de la tierra.
Sin embargo al permitir que el cuerpo reinará sobre su ser Adam dejo de sujetarse a las leyes divinas para empezar a sujetarse a las leyes naturales, como cualquier otro ser. Regresar al Edén sería la aspiración que el hombre tendría por el resto de su existencia; para ello debe aceptar nuevamente el mandato divino.
Las mal llamadas “maldiciones” que D-os dice sobre Adam y Eva en realidad son vías en las que el hombre puede dominar nuevamente su cuerpo. El trabajo a la tierra y la resignación que conlleva le permite disfrutar de las bendiciones que D-os le da materialmente, mientras que la madre acepta el dolor del parto por la felicidad de tener un hijo.
En ambos casos activamente uno domina el cuerpo por un placer mucho mayor. En cuanto a la muerte, es solo el cuerpo el que muere pues la parte del hombre que es divina se purifica a través de la muerte; y la serpiente que debe ser “subyugada” y “pisada” por el hombre, permanece como una amenaza, un recordatorio de esa parte sensual, aquel instinto interno que debe ser dominado.
Adam de hoy. El hombre en búsqueda de D-os:
El hombre descrito por las maldiciones se refiere al hombre actual. Se encuentra en la dicotomía mencionada: Aspira a una mayor conexión con D-os, pero se divide entre esa aspiración y el deseo de gobernar y definir la bondad en términos propios, carnales.
Sin embargo, avanza hacia el balance, hacia el encuentro. Será al final de los tiempos que la humanidad haya logrado su objetivo y el Adam primigenio exista nuevamente en el Edén, en plena sinfonía con su Creador.
Fuente: Enlace Judio
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