“¡Que alguien me ayude por favor! ¡Socorro!”, gritó desesperadamente Amanda Berry a través del hueco de la puerta que la mantenía encerrada con un candado. Un vecino, Charles Ramsey, escuchó aquellos alaridos y comenzó a buscar su procedencia. Llegó hasta el 2207 de la Avenida Seymour y allí encontró a una joven que agitaba frenéticamente su brazo mientras pedía ayuda. Cuando le preguntó lo que le ocurría, ella contestó que la tenían secuestrada.
Rápidamente, Charles llamó a la Policía y le pasó el teléfono a Amanda: “Me secuestraron, he estado desaparecida por diez años y estoy aquí”. Aquella llamada supuso el fin del confinamiento no solo de Berry sino también de tres personas más: su hija Jocelyn, Gina DeJesus y Michelle Knight. Su raptor, un conductor de autobús escolar llamado Ariel Castro, las sometió a toda clase de abusos, palizas y violaciones en el sótano de su casa. Era el ‘monstruo de Cleveland’.
Antecedentes violentos:
Son pocos los datos que se tienen de Ariel Castro ante de cometer los secuestros de Amanda, Gina y Michelle. Nacido en Yauco (Puerto Rico) en 1961, su familia se mudó a los Estados Unidos y se instaló en la ciudad de Cleveland. Allí sus allegados le veían como un “tipo divertido”. De hecho, “todos pensaban que era una persona muy amable”, aseguró uno de sus vecinos tras conocer la noticia del cautiverio de las tres muchachas.
Sin embargo, su ex-mujer Grimilda Figueroa con quien tuvo tres hijos no tenía la misma opinión. Durante el matrimonio, Castro se comportó de forma violenta tanto con su esposa como con sus vástagos. Uno de ellos, Anthony, llegó a explicar a los medios de comunicación cómo “me golpeó” en numerosas ocasiones.
Aunque Castro y Figueroa se divorciaron en 1996, la mujer interpuso varias denuncias contra su ex-marido por atacarla. La última en 2005 por la que sufrió múltiples lesiones. Entre ellas: costillas y dientes rotos e, incluso, un coágulo de sangre en el cerebro. Uno de los motivos por el que se comportaba de forma tan agresiva era su disconformidad con el régimen de visitas impuesto por el juez. Tanto es así que más de una vez llegó a retener a sus hijas Ariel y Arlene para poder pasar tiempo con ellas.
“Había cerrojos en las puertas del sótano, cerrojos en el ático, cerrojos en el garaje”, relataba Anthony Castro. Una circunstancia similar a la vivida por las tres jóvenes secuestradas entre 2002 y 2004.
Antes de que este individuo cometiera los raptos, su vida transcurría con aparente normalidad. Acudía diariamente a trabajar como conductor de un autobús escolar (lo hizo durante veintidós años hasta que le despidieron por mala conducta) y se relacionaba con sus vecinos con quienes compartió alguna que otra barbacoa.
Nada hacía sospechar que Castro llevara una doble vida. Ni siquiera cuando acompañaba a una niña pequeña al parque alegando que era la hija de su novia, cuando nadie le conocía pareja alguna. O cuando hacía acopio de cantidades ingentes de comida. Solo cuando fue arrestado, como suele ocurrir en estos casos, los vecinos empezaron a unir las piezas del puzle.
Los secuestros:
El primer secuestro se produjo el 23 de agosto de 2002. Castro, que estaba al acecho, se acercó a Michelle Knight con su camioneta roja. La joven, que salía de casa de su primo para dirigirse a los juzgados (tenía que comparecer por la custodia de su hijo), no vio peligro en que aquel desconocido la acercase hasta el tribunal. Jamás llegó a personarse y su familia creyó que desapareció voluntariamente.
Lo mismo ocurrió con Amanda Berry. Un día antes de su 17 cumpleaños, el 21 de abril de 2003, la adolescente salía de trabajar de un Burguer King cuando Castro fingiendo ser el padre de un compañero, la animó a acompañarle a su domicilio. Por último, el 2 de abril de 2004 raptó a Gina DeJesus de 14 años y amiga de una de sus hijas. La engañó diciéndole que visitarían a Arlene, algo que jamás ocurrió.
A las tres víctimas las convenció con la falsa promesa de un viaje en coche, de acercarlas de buena fe hasta su lugar de destino. Un ofrecimiento que se convirtió en uno de los peores cautiverios para un ser humano.
Durante diez años, Castro mantuvo a las chicas en condiciones infrahumanas: apenas les dio de comer ni de beber, no podían salir del sótano donde las mantenía encerradas, las retuvo encadenadas y atadas con correas y bozales, cometió centenares violaciones y las provocó sendos abortos para evitar que se quedasen embarazadas.
Aquel sótano de los horrores tenía distintas habitaciones. Ninguna de las chicas compartía la misma estancia y cada una se encontraba engrilletada y amordazada para evitar una huida. “Estaban presas en sus calabozos, atadas con cadenas. Era como una sala de tortura sexual en la que este tipo hacía realidad sus más enfermas fantasías”, explicó uno de los agentes del caso.
A veces, Castro dejaba una puerta abierta a modo de trampa para que las confinadas se ilusionasen y terminasen corriendo en busca de una salida. Mientras tanto él las observaba y tras darles el alto, terminaba por castigarlas empleando toda clase de torturas físicas y sexuales.
“Jugaba a dejarnos escapar para luego violarnos”, señaló Michelle en una entrevista. Porque para él, ellas “eran sus esclavas sexuales”.
El confinamiento llegó a ser tan extremo que “es como si fueran prisioneros de guerra. Tenían escaras por permanecer en posiciones fijas durante períodos de tiempo extensos”, aseguraron los expertos al explorar a las víctimas. Parecían sacadas de “un campo de concentración”.
Esclavas sexuales:
Aparte de la violencia, Castro empleaba la comida como otra forma de tortura. “Le daba comida a una de ellas y obligaba a las otras dos, que llevaban tiempo sin probar bocado, a contemplar cómo se la comía”, explicaron los investigadores. “Esa es la razón por la que únicamente se difundieron fotografías de Berry”. Y es que la desnutrición que presentaban era espeluznante.
Cuando el secuestrador salía de casa para hacer algunas gestiones también se convertía en todo un calvario. Antes de marcharse, les tapaba completamente la boca y los ojos con cinta aislante dejando tan solo los orificios nasales libres para que pudiesen respirar. “Nos ataba con tanta fuerza que nos cortaba la circulación”, decía Michelle.
“Cuanto más llorábamos y le mostrábamos nuestro dolor y nuestra tristeza, era como si eso le diera más energía, así que tuvimos que aprender a no llorar, no mostrarle tu dolor, no mostrarle tu rabia”, relató Amanda.
La joven recordó que, durante su primera semana secuestrada, Castro le preguntó si necesitaba alguna cosa. “Le dije que sí, que un cuaderno para dibujar y una libreta, estaría bien”, explicó. A partir de ahí se inventó un código de ‘X’ para contabilizar las veces que su raptor la violaba al día, a veces hasta cinco. “Sabía que eventualmente sería liberada. Quería que mi familia supiera por lo que pasé, lo horrible que fue y quería que [Castro] rindiera cuentas por ello”.
Amanda se quedó embarazada de una niña fruto de una de esas violaciones. Y en cuanto Castro se dio cuenta, no tuvo piedad alguna con ella. Ni siquiera durante el nacimiento de Jocelyn.
Comencé a tener dolores de parto durante todo el día pero no sabía qué era. Tuve que ir al baño y escuché que algo se rompió pero no sabía qué era. Él dijo: ‘Creo que has roto aguas’. Así que me llevó arriba a mi habitación y me trajo una piscina infantil [de plástico]. Tuve que estar ahí hasta que di a luz porque no quería que ensuciara la cama.
Michelle le hizo de comadrona. “Cuando estaba asistiendo a Amanda observé cómo estaba de color azul. No respiraba. La cogí entre mis brazos y la reanimé durante cinco minutos. Castro me advirtió que si el bebé moría, me mataría”, confesó años después de su liberación.
Para sobrellevar la situación con una niña en el sótano, Amanda creó una vida imaginaria dentro del habitáculo. “Hacíamos que caminábamos a la escuela, traté de hacerlo lo más real posible para ella; finalmente llegábamos a la escuela, la dejaba y le decía ‘Ok. Te quiero, que tengas un buen día’ y entonces me convertí en profesora”, bromeaba.
En cuanto a Michelle, fue una de las peor paradas en cuanto a agresiones y palizas se refiere. La primera de las víctima sufrió cinco abortos provocados por las patadas de Castro.
“Saltó una y otra vez, con los dos pies juntos, sobre mi barriga. En ese momento pensé que iba a morir”, contaba.
Además, este depredador sexual utilizaba a las familias para mermar la moral de las confinadas. “Te odio. Nadie te quiere y por eso puedo abusar de ti. A nadie le importas”, las espetaba.
Aunque Gina DeJesus fue la única que no sufrió aborto alguno también fue violada y maltratada en multitud de ocasiones. Los golpes la desfiguraron de tal forma la cara que los agentes que la liberaron ni siquiera lograron reconocerla. Las fotos que su familia distribuyó tras su desaparición nada tenían que ver con la joven cautiva.
Fuera del agujero:
El 6 de mayo de 2013, las jóvenes encontraron el modo de pedir ayuda. “Intenté abrir la puerta, esa puerta verde, y estaba el candado pero había un hueco justo por el que me cabía el brazo y empecé a agitarlo como loca gritando: ‘¡Que alguien me ayude por favor!’”, explicó Amanda días después de quedar libre. Fue entonces cuando un vecino, Charles Ramsey, se acercó, llamó a la Policía y la joven dijo: “Me secuestraron, he estado desaparecida por diez años y estoy aquí”.
Nada más colgar, uno de los agentes que llevaban el caso de las tres desaparecidas, soltó un: “Las encontramos, las encontramos”. Y Amanda solo pudo recordar que “cuando salí a la calle, solo quería besar a Dios y dar gracias por salir de ese agujero”.
Ariel Castro fue detenido en cuanto regresó al domicilio y ya con las muchachas completamente a salvo. Durante el registro de la casa de los horrores de Cleveland, la Policía recogió más de 200 pruebas incriminatorias que corroboraban las declaraciones de las víctimas. Entre los objetos requisados destacaron varias cartas escritas por el carcelero donde reconocía las vejaciones a las que sometió a las jóvenes y donde aseguraba ser “un depredador sexual que necesita ayuda”.
Aunque en otras misivas culpaba directamente a las chicas por su actitud: “Ellas están aquí en contra de su voluntad porque han cometido el error de subirse al coche de un desconocido”.
A sus 52 años, Castro fue acusado de un total de 977 cargos: secuestros, violaciones y torturas, dos delitos por homicidio imprudente, y por haber provocado dos abortos a una de sus víctimas tras patearle el abdomen. La fiscalía pedía la pena de muerte, pero finalmente llegó a un acuerdo con la defensa después de que el acusado reconociese los hechos. De este modo, se conmutó la pena capital y fue sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de fianza y a otros 1.000 años de prisión.
“¿Entiende que nunca más volverá a salir en libertad?”, le preguntó el juez Michael J. Russo. “Soy consciente de la pena y consiento a la misma. Sabía que me iba a caer la pena más grave”, respondió Castro. Este acuerdo impidió la celebración del juicio y, por tanto, que las víctimas pasasen por el calvario de testificar ante un jurado popular.
Cadena perpetua:
Durante esta vista celebrada el 26 de julio de 2013, el secuestrador, sin levantar la vista del suelo, justificó su comportamiento delictivo: “Mi adicción a la pornografía y mis problemas sexuales me han afectado mentalmente. Yo fui una víctima de abusos de niño y eso ha ido a más. No soy un monstruo. Estoy enfermo. Creo que yo soy también una víctima”.
El 1 de agosto se procedió a leer la sentencia condenatoria contra el reo pero antes, una de sus víctimas quiso hablar a su captor. “He pasado 11 años en el infierno, pero ahora comienza el tuyo”, dijo Michelle sin mirarle a la cara. “No voy a dejar que lo que tú me has hecho me defina. La pena de muerte sería lo más fácil para ti, pero lo que te mereces es pasarte toda la vida en prisión”, aseguró. Porque “yo viviré. Pero tú morirás un poquito cada día”.
Cuando el juez Russo leyó la condena, sus palabras fueron rotundas: “Usted separó a tres mujeres de sus familias y sus comunidades, las hizo esclavas y las trató como si no fueran personas”. Al finalizar la lectura del veredicto, el magistrado del condado de Cuyahoga en Ohio le impuso la cadena perpetua y los mil años de sentencias consecutivas que están “acorde con el daño” que causó el sentenciado.
El conocido como el ‘monstruo de Cleveland’ fue enviado al Correccional Oriente donde estuvo bajo una protección especial. Tenía su propia celda y los funcionarios hacían una ronda cada 30 minutos. Pero un mes después del veredicto, Castro apareció muerto. Se suicidó ahorcándose con una sábana.
“Quiero acabar con mi vida y que sea el diablo quien se encargue de mí”, escribió años antes de ser capturado.
Amanda, Michelle y Gina necesitaron tratamiento médico, psicológico y estético para superar el confinamiento y los abusos sufridos durante una década. Dos de ellas, Berry y DeJesus, llegaron a escribir un libro de memorias, ‘Hope: A Memoir of Survival in Cleveland’ (Esperanza: Una memoria de supervivencia en Cleveland), y concedieron diversas entrevistas hablando de su cautiverio.
Una vez muerto, Castro consiguió el perdón de una de sus víctimas, el de Michelle Knight, que confesó en una entrevista para la NBC: “Si yo hiciese algo malo, aunque fuese una pequeña cosa, querría que alguien me perdonara. Así que puedo perdonarlo a él por lo que hizo mal porque así es la vida”.
Fuente: La Vanguardia
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