Hunter y Smellie han pasado a la posteridad como los pioneros de la Obstetricia. Una investigación revela que podrían haber encargado hasta 32 asesinatos de embarazadas de nueve meses para completar sus fidelísimos dibujos anatómicos tras la disección de los úteros. Las víctimas eran mujeres pobres y recién llegadas a Londres, una ciudad que en el siglo XVIII estaba sumida en la más completa anarquía.
La simple mención de los nombres de William Hunter y William Smellie provoca inmediato respeto y admiración dentro del mundo de la Medicina. Están considerados como los padres de la Obstetricia y la Ginecología, unos gigantes de la ciencia.
Sus precisos dibujos anatómicos sobre el embarazo en el siglo XVIII permitieron establecer las bases de estas dos disciplinas médicas, y sus extraordinarias aportaciones siguen siendo reconocidas aún hoy, 250 años después, no sólo en el Reino Unido sino también en el resto del mundo. Dos genios... que podrían ser dos asesinos en serie de la talla de Jack el Destripador.
Según Don Shelton, historiador neozelandés afincado en Auckland, Hunter y Smellie habrían asesinado entre 35 y 40 mujeres encintas entre los años 1750 y 1774, en dos oleadas de terror, para avanzar en sus estudios sobre el embarazo, del que apenas se sabía nada en aquella época.
El mundo de la obstetricia está en estado de shock desde que apareciera su investigación, a principios de mes, en el Journal of the Royal Society of Medicine, una de las más prestigiosas revistas médicas.
En la investigación, titulada El Traje Nuevo del Emperador, en referencia al cuento infantil de Andersen sobre las apariencias de la realidad, Don Shelton trata de demostrar, a partir de datos demográficos y de los diarios médicos de la época, que era prácticamente imposible que Hunter y Smellie hubieran podido dibujar atlas tan precisos de tal número de mujeres embarazadas porque era un perfil de cadáver muy raro en aquella época. La única manera de conseguirlos era que ellos mismos hubieran ordenado sus asesinatos.
Shelton estudió los datos demográficos de la época y los cruzó. En su investigación explica que la población de Londres pasó de 600.000 a un millón de habitantes entre 1700 y 1800 debido, en gran parte, a la inmigración rural. Durante este tiempo, el índice de mortalidad se mantuvo en 20.000 personas, de las que sólo 200 eran recién nacidos.
El porcentaje de féminas que morían al dar a luz era únicamente del 1,4%. Sin embargo, se calcula que el número de cadáveres utilizados entre 1700 y 1832 para la enseñanza y la investigación médica en Inglaterra fue de 200.000. Las cifras no cuadran.
Además, el perfil que buscaban Shelton y Smellie era muy específico y difícil de conseguir. No les servían las mujeres que ya hubieran dado a luz, sino sólo las que estuvieran a punto de hacerlo.
35 Nuevemesinas:
En su obra maestra, Anatomia uteri umani gravidi (Anatomía del útero humano grávido), publicada en 1774 y en la que registra la independencia de la circulación materno fetal, Hunter reconoce que «la oportunidad de diseccionar úteros de mujeres embarazadas rara vez ocurre. La mayoría de anatomistas, si tienen suerte, lo pueden hacer una o dos veces en su vida».
Hunter y Smellie realizaron atlas anatómicos completos de, al menos, 35 mujeres en el noveno mes de gestación, «con una calidad y un detalle equivalentes a fotografías forenses del siglo XXI», algo imposible de conseguir con las técnicas utilizadas en aquella época.
A partir de la revisión de sus atlas anatómicos, Shelton calcula que Hunter y Smellie utilizaron 20 cadáveres de mujeres nuevemesinas entre 1750 y 1754, y doce cuerpos más entre 1766 y 1774. «Ellos nunca revelaron el origen de estos cuerpos, pero es imposible que fueran suministrados de manera legal», concluye el experto.
Shelton compara los crímenes de Smellie y Hunter con los de otros famosos y terribles asesinos en serie como Jack el Destripador o Burke y Hare que, entre 1827 y 1828, perpetraron 17 asesinatos en Edimburgo. Para matar a sus víctimas se sentaban sobre su pecho y, con las manos, les cubrían la boca y la nariz asfixiándolas. Trabajaban por encargo.
El principal cliente fue el doctor Robert Knox, que utilizaba los cuerpos para diseccionarlos en su escuela de anatomía. El doctor Knox fue el más prestigioso cirujano de Edimburgo hasta que trascendieron sus prácticas y su carrera quedó arruinada.
«Smellie y Hunter son dos asesinos en serie peores que Jack el Destripador y Burke y Hare. Éstos cometieron 25 crímenes, en comparación con los 32 de Smellie y Hunter, que se doblarían si contabilizáramos a los bebés que portaban las víctimas», apuntilla Shelton.
Idolatrados:
William Hunter (1718-1783) fue el médico personal del Rey Jorge III y su esposa, la reina Charlotte. En 1768 creó su propio centro de anatomía en Great Windmill Street, en Londres, donde formó a cirujanos y anatomistas, entre ellos su hermano menor John.
Hunter, además, era una afanado coleccionista de arte y, tras su muerte, donó su colección, sus libros y el material de su escuela a la Universidad de Glasgow, donde había estudiado Teología y Medicina. Con ese material, la univeridad fundó el Museo Hunteriano, el más antiguo de Escocia. Por su parte, William Smellie (1697-1763), entre otras aportaciones, estableció las reglas para la utilización de fórceps para extraer a los bebés en los partos.
Hunter y Smellie fueron considerados los dos máximos expertos en embarazo de su época. Sus atlas anatómicos contribuyeron al nacimiento de la Obstetricia como especialidad médica que abarcaba la gestación, el parto y el puerperio. Aún hoy son idolatrados por las nuevas generaciones de galenos.
Los dos eran escoceses y, aunque Hunter era 20 años más joven que Smellie y fue su pupilo, ambos rivalizaron en la misma disciplina, la misma época, la misma ciudad y con las mismas limitaciones técnicas.
«Competían entre ellos para establecer la profesión de la parturía, más tarde llamada Obstetricia. Querían elevarla a la categoría de profesión. Pensaron que, si trazaban rigurosos atlas anatómicos, lo lograrían y, además, realzarían su reputación y obtendrían más ingresos», expone a Crónica Don Shelton. Su tesis es que Smellie y Hunter perpetraron sus crímenes movidos por una ambición y una competencia macabras.
Y, como si del Dr. Jekyll y Mr. Hyde se tratara, los dos espléndidos rivales desataron su lado más oscuro y malvado para obtener los cuerpos exactos para sus experimentos. Sacrificaron decenas de mujeres inocentes y sus niños, sacrificios que servían para alimentar su lado más lúcido y brillante; los ponían al servicio de la humanidad. Se convirtieron en genios y demonios a la vez.
Según Shelton, no cometieron los asesinatos con sus propias manos, sino por encargo. Ambos utilizaron asistentes para que movieran los hilos. William Hunter manejó a su hermano y William Smellie a Colin MacKenzie, otro cirujano.
Buscaban mujeres jóvenes que se encontraran en el noveno mes de gestación, a punto de dar a luz. Mujeres pobres, que acabaran de emigrar a Londres, que nadie pudiera echar de menos y denunciar su desaparición. Todas ellas fueron asesinadas por asfixia, utilizando el mismo proceder que Hare y Burke emplearían un siglo después. El método más limpio.
Decapitadas:
Una vez muertas, les cortaban la cabeza, los brazos y las piernas «para que no las pudieran reconocer y también para poder diseccionar las otras partes del cuerpo en su escuela de anatomía», sostiene Shelton.
«Smellie y Hunter necesitaban cuerpos frescos de mujeres embarazadas en su última fase de gestación porque estaban experimentando con cesáreas secretas», revela el estudioso.
Encontré evidencias también de que John Hunter [que colaboraba con su hermano] intentó revivir fetos mediante transfusiones con sangre de perro.
A mediados del siglo XVIII Londres era una ciudad anárquica, oscura, sucia, insegura. El crimen era elevadísimo y había carencia de policía. Los robos eran habituales y para un ladrón era más fácil matar a su víctima después de robarla porque así evitaba que ésta le delatara y le condenaran a muerte.
El historiador defiende que el asesinato de mujeres embarazadas para su disección «es tan sólo la punta del iceberg de una práctica muy habitual y de un negocio extremadamente lucrativo en la época: el asesinato y venta de cuerpos a las escuelas de medicina».
Legalmente, estas escuelas sólo podían obtener cadáveres de ejecutados. Entre 1700 y 1820 hubo 5.000 ejecuciones, en comparación con los 200.000 cuerpos diseccionados en las escuelas que computó Shelton. El resto de cadáveres procedían de tumbas levantadas y de asesinatos.
«Los cadáveres tenían mucho valor en aquella época», asegura Shelton. Los principales objetivos de los comerciantes de cuerpos eran prostitutas y marineros de paso, ya que no tenían a nadie que pudiera denunciar su desaparición.
«Una vez diseccionado el cuerpo, desaparecían las evidencias, por muchos rumores del crimen que hubiera», afirma Shelton. «Pero en el caso de Smellie y Hunter quedaban las evidencias de sus dibujos, que podían generar sospechas y ser utilizadas como pruebas». Por esto cesaban los encargos cuando surgían los rumores.
En 1753 se produce otro hecho revelador. El 15 de noviembre, en un discurso ante el Parlamento, el rey Jorge III expresa su preocupación por el aumento de los crímenes de embarazadas y propone una nueva ley que endurezca las penas por el delito. Paralemente se había iniciado una investigación policial y Smellie y Hunter estaban en el punto de mira.
Los rumores eran cada vez más claros y el acecho policial, mayor. «Pero William Hunter utilizó su influencia y, mediante favores políticos, detuvo la investigación policial y bloqueó la nueva legislación», asegura Shelton.
Esto explicaría el parón de los asesinatos entre 1754 y 1766 por el temor a ser condenados a muerte. «Desde 1754, Smellie, los hermanos Hunter y otros obstetras como Colin MacKenzie, John Burton o Charles Nicholas Jenty ya no volvieron a producir atlas nuevos». El silencio dura hasta 1766, cuando, con las aguas ya calmadas, vuelven a aparecer nuevos atlas de Hunter y Smellie. Habían vuelto a matar. Shelton estima que entre 1766 y 1774 mataron, o encargaron el cuerpo de 12 nuevemesinas más.
La investigación de Don Shelton mancha de sangre la reputación de los padres de la Ginecología y arroja interrogantes sobre su impecable trabajo. El historiador exige «que se revise la dimensión de Smellie y Hunter en la historia de la obstetricia». Pero no será tan fácil.
Donal Bateson, conservador del Museo Hunteriano, asegura que, «en 30 años estudiando a Hunter», nunca había oído hablar de esos crímenes. «Realmente me cuesta creerlo, deberán aportar pruebas muy firmes para convencerme», añade.
Según declaró a The Observer Anthony Kenny, ginecólogo retirado y conservador del museo del Colegio Real de Obstetricia y Ginecología de Londres, «en esa época era habitual el comercio de cadáveres. Quizás Smellie y Hunter no hicieron las averiguaciones pertinentes acerca del origen de los cuerpos, pero esto no significa que fueran asesinos, tal vez no sabían de dónde procedían los cuerpos». ¿Conocían Smellie y Hunter que los cuerpos con los que trabajaban habían sido asesinados? ¿Justifica el avance de la medicina un crimen?
Fuente: El Mundo
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