Nazismo, fascismo y Comunismo: El mismo monstruo totalitario - Nekromorty

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sábado, 12 de septiembre de 2020

Nazismo, fascismo y Comunismo: El mismo monstruo totalitario


Activistas e intelectuales de izquierda consideran a Pinochet como un cruento dictador, que se mantuvo 16 años en el poder, y violó los derechos humanos; pero si un dictador se dice socialista y viola los derechos humanos, esos mismos izquierdistas callan y aplauden todo lo que haga. Puede asesinar, fusilar o encarcelar a sus opositores, eternizarse en el poder y pisotear el derecho a la vida, a la propiedad y a la libertad, y lo seguirán respaldando muchos académicos, teóricos y activistas de izquierda. El socialismo en la práctica es alcahuete de dictadores y déspotas.

El secreto del éxito del socialismo, entre gobernantes con espíritu de dictadores, es que, en nombre del pueblo, de los pobres y de una distribución igualitaria de la riqueza, justifican la concentración del poder político y económico en el presidente o grupo que encabeza el gobierno.

El socialismo real no termina con el capitalismo, convierte al Estado en el principal o único capitalista. De un Estado para servir al pueblo, principio de la democracia, se pasa a un pueblo que sirve al Estado. El socialista Mussolini, que fundó el fascismo, resume la filosofía estatista al decir “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado y nada contra el Estado”. Los dictadores socialistas parten de la famosa frase del rey absolutista Luis XIV: “El Estado soy yo”.

Hitler también fue socialista. Muchos intelectuales de izquierda olvidan que nazismo es apócope del término Nacional Socialismo. Si usted se considera un socialista nacionalista es un Nacional socialista, un nazi.

Aunque en la arena política un partido socialista se puede enfrentar electoralmente a un partido comunista, la diferencia es de estrategias, de intereses de los candidatos, del grado de fanatismo o de la violencia de sus miembros, pero conceptual y filosóficamente parten de los mismos supuestos.

El Estado, encarnado en un caudillo, donde él o los dirigentes del partido gobernante, están por arriba del “pueblo”, en cuyo nombre concentran el poder en todos los aspectos, como los absolutistas en Francia o los “Despotismos Orientales”, título del libro de Karl Witttogel, en el que califica a esos regímenes como “la forma más dura de poder total”.

Los principales representantes del socialismo (comunismo) real o capitalismo de Estado, el siglo pasado fueron Stalin, 24 años en el poder, Mao, 27 años, y Castro, 57 años. Dictadores socialistas bajo cuyos gobiernos se persiguieron y asesinaron a millones, y el pueblo cayó en una miseria mayor a la existente antes de que llegaran al poder.

¿Cuál es la diferencia entre el nazismo y el comunismo? La pregunta ingenua le fue hecha en 1937 por una estudiante inglesa a Rudolf Hess, entonces presidente del Partido Nazi de Adolf Hitler. En vez de enfadarse, el hombre se echó a reír: “No tengo ni idea”, dijo.

La anécdota la recoge la escritora Julia Boyd, en su reciente y revelador libro "Viajeros en el Tercer Reich". La cuestión se la plantearon a sí mismos visitantes anglófonos de aquellos días, asombrados también de la facilidad con la que comunistas de antaño acababan sometiéndose entusiástica y fácilmente a las consignas fascistas de Hitler.

En el fondo, la adaptación costó menos de una década, ya que ¿en qué se diferenciaban los gulags soviéticos destinados a los disidentes —reales o ficticios—, de los campos de concentración alemanes dispuestos para los enemigos del nacionalsocialismo? ¿Y las torturas de las checas comunistas de las que realizaba la Gestapo?

Ambas actuaciones estaban basadas en un mismo principio: El Estado tiene toda la razón, por lo que quien no comulgue con él debe ser expoliado de sus bienes, reeducado por el sufrimiento y, en su caso, asesinado.

Esa práctica, sin haber desaparecido del todo en muchas partes, alcanzó su apogeo en la época de Stalin en la URSS o en la de los jemeres rojos en Camboya, quienes exterminaron a una tercera parte de la población del país.

Por esa similitud de principios no les costó nada a los alemanes orientales, acostumbrados al espionaje y a las delaciones familiares en el Tercer Reich, acomodándose a la llamada vigilancia mutua de la RDA, por la que medio país espiaba al otro medio al servicio de la Stasi, la siniestra "policía política" comunista.

Lástima que la pregunta a Rudolf Hess quedase sin respuesta, dado lo ambiguo del terreno entre ambos conceptos. Por ejemplo: ¿Es comunista la República China, o se trata más bien de un país fascista?

En vez de esclarecerse, la cuestión adquiere más vigencia cada día, ya que los términos nazi o fascista se han convertido en dicterios terribles, de fácil utilización, mientras que en algunos medios las palabras comunista o progresismo son sinónimos de bondad, justicia y pacifismo, justo lo que pensaban en su día el 90% de los alemanes de Adolf Hitler.

Por eso, no debemos dejarnos engañar: Quien de una manera totalitaria justifica estar en contra de la libertad de pensamiento, de expresión, de cátedra, de empresa, de creencias, ni es demócrata ni lo pretende; lo que quiere es acabar imponiendo el pensamiento único que es el que él considera correcto, llámese Franco, Hitler, Mussolini, Pinochet, Stalin, Lenin, Pol Pot o Castro.

Por cierto quitar a los padres la competencia sobre moral, valores y comportamiento de sus hijos para que los adoctrine el Estado ya fue hecho en su día por el Frente de Juventudes Franquista, los Pioneros Castristas, las Juventudes Hitlerianas y otras instituciones nada amantes de la libertad.

Fuente: El Financiero
              Mallorca Diario

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