Influenciado por el Diablo: El Asesino de la Luna Llena - Nekromorty

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sábado, 12 de septiembre de 2020

Influenciado por el Diablo: El Asesino de la Luna Llena


En los años 80 Granada era una ciudad tranquila y acogedora. Nutrida por una extensa comunidad de estudiantes y gente foránea, experimentaba un prometedor desarrollo. Su realidad delincuencial no era muy destacable.

Por eso, los acontecimientos que tuvieron lugar en un periodo de siete meses, entre 1987 y 1988, despertaron gran sorpresa e indignación en la sociedad, produciéndose manifestaciones nunca antes vistas y situaciones de cierta psicosis, como que ningún padre permitiese que sus hijas en edad escolar volviesen solas a casa, por muy cerca que esta estuviese de la escuela.

Los hechos fueron de una gravedad extrema: un desconocido había asesinado a una niña el 29 de octubre de 1987 y, pocos meses más tarde, había intentado repetir aquella iniquidad con otra. Afortunadamente, esta vez no consiguió consumar el crimen, aunque el escenario y el modus operandi habían sido los mismos.

La primera víctima fue niña de tan sólo nueve años que vivía con sus padres y sus hermanos en una céntrica calle de Granada. El día 29 de octubre de 1987, sobre las 19.00 horas, Aixa, que era su nombre, bajó a la papelería para comprar una cartulina que necesitaba para hacer sus deberes.

Al volver al portal, un sujeto la acechó y, tras subirse con ella en el ascensor, la intimidó con una navaja, obligándola a bajar del mismo, salir del edificio y acompañarlo por distintas calles, llegando incluso a tomar un taxi hasta llegar a un paraje solitario.

El lugar elegido para perpetrar el crimen fue un camino secundario que, partiendo de la Puerta de las Granadas, transcurre entre la maleza, paralelo al paseo central de la Alhambra y lleva a la explanada de Torres Bermejas, unidas mediante una muralla con la Alcazaba.
Una vecina, testigo del rapto, afirmó posteriormente que vio salir a la pequeña del portal acompañada de un desconocido que no cesaba de chuparse la sangre que le brotaba de una herida que presentaba en la mano izquierda.
Se da la circunstancia de que la zona escogida por el criminal estaba levantada por zanjas, ya que se estaban acometiendo obras en el alcantarillado, convirtiendo el lugar en un sitio aún menos transitado de lo habitual. Allí agredió y asesinó a la niña, a la que acabó asfixiando, introduciéndole posteriormente su ropa interior en la boca. Esa sería la firma del asesino.

Éste permaneció inmóvil, arrodillado junto al cadáver, mientras el destello de la Luna iluminaba su rostro, dándole una apariencia espectral. Diría más tarde que las voces seguían retumbando en su cabeza, le ordenaban que matase, que no parase. Mientras tanto, la angustia se había apoderado de los padres de la pequeña que, movilizados junto con gran parte de la sociedad, buscaban a su hija con denuedo, presas de la desesperación de un presagio terrible.

El cuerpo sin vida sería hallado por un trabajador al día siguiente. Frío, magullado, en posición decúbito supino y oculto entre la vegetación, creando un estado de alarma sin precedentes. Un despiadado criminal andaba suelto. ¿Cuál sería su próximo movimiento?

La joven Susana contaba con 14 años cuando fue abordada una tarde del día 28 de abril de 1988 en el portal de su casa. El bloque de pisos se situaba apenas a 100 metros del de Aixa. Un intruso, ansioso, macilento, con una herida sangrante en la mano, la acompañó al interior del ascensor.

Una vez dentro pulsó el botón de parada e hizo salir a la chica; allí mismo la atacó sin piedad, amenazándola con una navaja. Tuvo que cambiar en alguna ocasión de escalera ante el ruido de gente entrando y saliendo para no ser descubierto, pero finalmente se la llevó caminando hasta los bosques de la Alhambra.

Allí se repitieron las sórdidas escenas que meses atrás habían tenido lugar. Poseído por una fuerza maléfica, como fuera de sí, golpeaba y apretaba el cuello de la indefensa muchacha. Cuando la chica se desvaneció y su verdugo la creía muerta, le taponó la garganta con sus bragas y abandonó el lugar.

La fortuna quiso que la chica sobreviviese a la agresión, pues la lengua taponó la prenda e impidió la asfixia. El valioso testimonio de Susana fue decisivo para que la policía tuviese un punto de partida sólido para empezar a trabajar.

Plenilunio:

La población estaba atemorizada. Algunos detalles escabrosos trascendieron a través de los medios de comunicación. El asesino abordaba a las niñas con las manos empapadas en sangre, matando en noches de Luna llena y movido por "impulsos diabólicos".

La gente se hacía preguntas y las autoridades carecían de respuestas. Una suerte de "licántropo" estaba asesinando a niñas. Pensaban que la próxima Luna llena habría de ser mortal. Las fuerzas de seguridad desplegaron un vasto dispositivo, controlando de forma discreta aunque meticulosa las inmediaciones del punto donde se cometieron sendos delitos. Policías camuflados de trabajadores de la limpieza, electricistas, parejas, etc., vigilaban la ciudad sin descanso.

Pero, ¿por qué atribuir ambos hechos a un mismo autor? En principio, había indicios más que suficientes, pues las coincidencias entre las dos acciones eran apabullantes: ambas muchachas habían sido secuestradas en sus portales, no muy distantes.

En el caso de Aixa, la vecina antes citada, vio cómo el sospechoso sangraba de una mano. Susana manifestaría más tarde lo mismo a la policía. Modus operandi y lugar de consumación también eran idénticos, en ambos casos el atacante obstruyó con prendas íntimas la boca de sus víctimas.

Éstas presentaban señales muy características de violencia en el cuello. Los dos secuestros fueron en jueves, a finales de mes y a horas muy similares: bien entrada la tarde. Unificando toda esta información y con un certero retrato robot elaborado en base a las indicaciones de la superviviente, tan sólo quedaba esperar.

La tarde del jueves del 26 de mayo de 1988, un sujeto barbado deambula por las inmediaciones del complejo de Torres Bermejas. Coincide en estatura y fisonomía con la persona buscada desde hace meses. Los agentes lo interceptan y le registran. Le es intervenida una navaja con cachas de madera y metal dorado. El individuo está nervioso, titubea y entabla conversación con los funcionarios, en el transcurso de la cual, uno de los policías observa cómo tiene un defecto en la pronunciación de la "r" y recuerda cómo la última víctima, en su declaración, hizo hincapié en este punto.

Además, fuma tabaco negro, tal como indicó la niña, es detenido. Confesará sus delitos a las pocas horas. José Fernández Pareja apenas pasaba de la veintena, era un muchacho menudo e introvertido que trabajaba en un puesto del mercado de San Agustín regentado por sus padres.

Como suele ser habitual en estos casos, nadie sospechaba que se tratase de un cruel asesino. Lo cierto es que bajo su apariencia de honesto trabajador se escondía una mente retorcida y poco convencional: en base a algunos episodios de juventud con amigos y a experiencias con prostitutas, tenía el convencimiento de que sus atributos genitales eran demasiado pequeños, lo cual le llevó a albergar la delirante idea de que sólo podría relacionarse con niñas. Sin embargo, el análisis psiquiátrico forense descartó cualquier tipo de psicopatología. Ninguna de las noches en las que actuó el asesino había Luna llena, como se llegó a decir.

Esta creencia obedece quizás a un recurso efectista de la prensa. Los investigadores vieron claro cuál era el patrón, ya que, aunque difícil de establecer con dos casos, se dejó entrever en los tres días claves de esta historia: primer secuestro y asesinato, segundo secuestro y abusos sexuales y día de la detención. Estos tres días cayeron en último jueves de mes, las horas también eran coincidentes… ¿pretendía volver a asesinar cuando lo detuvieron?

Solo él lo sabe, pero si nos atenemos a la pauta descrita, es muy probable. Cuando declaró por primera vez, José Fernández dijo que los jueves no significaban nada para él, pero sí algunas semanas de final de mes, especialmente aquellas en las que la Luna se encontraba en cuarto creciente o llena.

En esos periodos se sentía –dijo– muy extraño y le rondaban ideas raras por la cabeza. Cuarto creciente y Luna casi llena son las fases que había en los días en que llevó a cabo sus delitos, ¿Era una estrategia procesal para ser declarado enajenado?, ¿buscaba noches con cierta iluminación para desenvolverse mejor en la escena del crimen? Esta última reflexión parece más plausible, ya que el día de su detención se esperaba gibosa creciente, esto es, Luna casi llena, una vez más.

La elección de las víctimas sí obedecería a un perfil determinado por la edad y el género. El juicio se celebró en abril de 1990 envuelto de una gran expectación. En un primer momento, el asesino confeso rechazó a la letrada que le fue asignada de oficio, pues afirmó que quería ser asistido por un varón. Posteriormente, todos los abogados renunciaron a su defensa, teniendo que elegirse uno por sorteo, como dicta la normativa.

Durante el proceso, José mantuvo la compostura, iba pulcramente vestido e incluso sonriente por momentos. Culpó de todo a la influencia del maligno.
El diablo, dijo, le había obligado a matar, ya que no era un hombre de Dios.
Ahora, más sosegado y encarrilado espiritualmente, invocaba el perdón del Todopoderoso. No se sentía culpable; un poder superior le obligaba a cometer aquellos delitos las semanas finales del mes. Aunque la Fiscalía pidió 106 años de cárcel, finalmente el Tribunal lo condenó a 85 por toda una serie de graves delitos.

También se le prohibió acercarse a Granada hasta pasados seis años desde su salida de prisión, que tuvo lugar en marzo de 2004. El abogado asignado a su caso, Eduardo Torres, siempre sostuvo que su cliente mostraba un comportamiento inquietante, rechazando el dictamen de las pruebas psiquiátricas. Por su rara actuación, fue bautizado por la prensa como "el Asesino de la Luna Llena".

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